viernes, 26 de octubre de 2012

Happy hour

 Mañana hay que cambiar la hora, a las tres serán las dos, o sea que la noche será más larga. Esto es bueno para los dormilones, para los trasnochadores y para Drácula; y es malo para los que trabajan de noche, para los despistados y para los que hemos de cambiar de hora doce o trece relojes, sobre todo si, además, entre todos valen doce o trece euros.

 Evidentemente la noche no es más larga, excepto lo poco que en otoño le va ganando al día, pero esa hora de más que parece nos regalan habría que aprovecharla para hacer algo especial, ya que es una hora hurtada al tiempo, o al menos esa sensación da, una hora que no existía en nuestra hoja de ruta vital y, de repente, como cada año, la sacamos de la chistera y la colocamos en medio de una noche que podría ser cualquiera.

 Pero, como ya sabemos, las sociedades tienden a no dar nada de forma gratuita, a no ser que haya truco, por lo que dentro de unos meses nos tocará devolver esta hora extraña. Así pues, nos quitarán entonces una hora de vida que, seguro, todos tasaríamos como un bien carísimo si pudiésemos ponerle precio. Una hora de mi vida vale mucho dinero ya que el tiempo es oro.

 Aquí no me resisto a hacer un inciso y colar de rondón una pequeña apreciación, léase: si el tiempo por ser limitado y necesario para cualquier cosa, nos es tan apreciado idealmente, ¿por qué lo perdemos tan miserablemente en lo que consideramos nuestros momentos de ocio? y, en nuestros momentos de trabajo, ¿por qué dejamos que nos lo tasen (el tiempo, las horas) en cantidades pecuniarias tan ridículas, justas, casualmente, para poder comer, vestir y comprar la televisión, el teléfono móvil y la pleiesteision que en ese momento nos imponga la moda?, ¿perdemos el tiempo de ocio porque estamos ahítos del tiempo pasado en el trabajo?, ¿Es entonces lógico, digo lógico no práctico o inevitable, pasar medio día trabajando y el otro medio día doliéndonos de las consecuencias del trabajo?, ¿es esto en lo que consiste vivir? ¡Ya me he embalado!

 Y, volviendo al tema que nos ocupa, la hora que nos roben con nocturnidad dentro de unos meses nos va a resultar una pérdida dolorosa, ya lo sabemos, nadie nos la va a pagar porque nadie nos la puede pagar ya que no tiene precio y, siendo así, estamos moralmente obligados a aprovechar, cada uno como mejor pueda, esta hora caída de no se sabe donde. En una hora se pueden hacer muchas cosas o dejar de hacerlas, pero siendo conscientes de que esa hora, precisamente esa, ha aparecido de la nada convirtiéndose en lo más parecido a una hora mágica. Una auténtica happy hour.

 Y, como el tiempo es juguetón, cuando leas esto ya habrá pasado la protagonista de este escrito, así que pregúntate ¿he sido consciente? y piensa que esta pregunta tendrás que volver a hacértela en la hora que cierre la fiesta, la del punto y final.

 Continuará...

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La educación (o la falta de ella)


 Nunca se me ocurriría tirar un papel al suelo. Es más, cada vez que veo a alguien haciéndolo me asalta una sensación de irrealidad, de estar soñando, no termino de creerlo y es que ¡sería tan fácil tirarlo en una papelera! ¡es tan agradable pasear por una ciudad limpia! No soy capaz de tirar una servilleta de papel al suelo en un bar, ni un palillo, ni una bolsita de azucar para el café, aunque reconozco que, de joven, he "tirado" cosas peores en algún que otro antro. En fin, cosas de la edad.

 Pero he escrito que evitarlo sería fácil y sé que no lo es tanto, ya que ese gesto lo provoca un automatismo que llamamos `educación´, que todos tenemos introducido en nuestros pequeños cerebros como algo importante, necesario para facilitar la convivencia con nuestros semejantes y que, da la sensación, cada vez es menos valorado por la sociedad.

 El escribir sobre la educación, sin ánimo de dar lecciones a nadie ¡faltaría más!, viene provocado por el asco que me ha dado esta mañana cuando al volver a casa venía frente a mí un señor muy aparentemente vestido y con el pelo como Cristiano Ronaldo, o sea engominado, escupiendo al suelo con total naturalidad mientras pensaba en asuntos más importantes, supongo. ¡Como la cosa más normal del mundo, el asqueroso!

 Ya se sabe que la educación se adquiere básicamente de niño en el colegio y, por supuesto, en casa y bla, bla, bla... pero ¿no os parece que si este atributo subiera en la Bolsa de Valores un 50 % todo sería mucho más sencillo y más grato?

 Aplíquese una mayor dosis de ésta a algunos asuntillos de la actualidad cotidiana, verbigracia: perros y gatos que van a subir al autobus urbano en breve según la ordenanza aprobada por nuestro nunca bien ponderado ayuntamiento. Lío habemus. ¿Verdad que la educación resolvería en parte el problema que se avecina? Siguiendo con los mismos perros (u otros): el hecho de llevarlos sueltos por los parques, o incluso por las calles, ¿no sería, al menos parcialmente, evitado con algo más de educación? Sus cacas por el suelo, idem. Entiéndase en todos los ejemplos anteriores referida la educación a los dueños de los bichos y no a los propios animales que, como en el caso de los niños, no son sino muy escasamente responsables de sus actos. Y, cambiando de calle, ¿qué hay de la difícil convivencia entre peatones y ciclistas por las aceras, o ciclistas y coches por la calzada?, ¿acaso no le vendría bien una buena dosis de nuestra protagonista al asunto? Otro ejemplo: Un comercio cualquiera, un día cualquiera y un cliente cualquiera, ¿cómo suele ese cualquiera tratar al dependiente que le ha atendido? La mayoría de las veces, o al menos delante de mí, con bastante desprecio, sin utilizar apenas las formulas "por favor" y "gracias" que tan agradables nos resultan a todos; fruto, una vez más, de la falta de educación.

 Hagámonos la vida un poco más amable en lo que esté a nuestro alcance y, ya que lo económico marcha tan malamente, que lo demás contribuya a nuestro relajo en vez de aumentar la tensión que flota en el ambiente.

 ¡Que esto parece la guerra!

 Continuará...



lunes, 20 de agosto de 2012

Semana gastronómica

 Un año más, y aprovechando los primeros días de agosto, hemos celebrado nuestras jornadas gastronómicas entre amigos.

 Cuatro noches, cuatro casas, cuatro cenas y, además, en días consecutivos. Igual que los valientes.

 Y, como una imagen vale más que mil palabras, ahí va la muestra de cómo nos las gastamos. Las fotos están colocadas en el mismo orden en que los platos fueron ingeridos.




 En el apartado de las bebidas se degustaron: cerveza, vinos tinto y blanco, cava, ginebra, güisqui, Campari y creo que un día, alguien, le dio un sorbo a un vaso con agua, pero no estoy seguro. La cosa es que uno de los comensales, que se levantó una mañana con la cabeza dolorida, le echo la culpa...¡a la tónica! Y lo decía en serio, el jodido.

 Es un descubrimiento el poder utilizar el teléfono móvil como cámara fotográfica, ¡para algo me tenía que servir!

 Continuará...









jueves, 2 de agosto de 2012

El encargo

 Ayer estuve haciendo fila en un establecimiento comercial en el que vendían café. Solo café, eso sí, de diseño. Me habían encargado preguntar por las cafeteras. Toda la tienda estaba llena de cajitas con sus capsulitas de café dentro. Había cuatro dependientes despachando velozmente bolsas con las susodichas cajitas. Y gente haciendo fila. Después del intercambio comercial se invitaba al comprador a degustar un cafecito en un rincón de la tienda y por gentileza de la firma que daba nombre al negocio. Nadie rehusaba la invitación, un café es un café y lo gratuito nos atrae como la miel a las moscas (ver, sino, el comportamiento de muchos jubilados al olor de cualquier pingo que se ofrezca sin necesidad de ser pagado). Mientras tanto me preguntaba como es posible que los consumidores vean en esa marca un símbolo de estatus elevado a la vez que aceptan como una dádiva un vasito de café, aunque no les apetezca. ¡Si al menos fuese cerveza!

por PoYang_?? Dióme pie ese rato pasado en la tienda a pensar sobre algunas cosas, todas ellas contrarias a la gente considerada como masa informe e indistinguible: el café como símbolo de poder adquisitivo, el comportamiento gregario y becerril de muchas personas, la irresistible pasión por lo gratuito, el capitalismo llevado al extremo de vender café en una tienda de lujo, el poder de las modas y la publicidad (¿o debería decirse el marketing?), la paciencia para soportar una fila en la que la recompensa es...café.

 Hasta que llegó mi turno y me atendió un simpático joven que me explicó las muchas bondades de esas dichosas cafeteras y, por supuesto, de ese dichoso café. No me enteré de nada de lo que decía, hablaba muy rápido, todo el rato repetía alguna muletilla que ya no recuerdo y el tema no me interesaba demasiado. Le dije que me anotase todo en un papel, rechacé su invitación a probar la estimulante bebida y me largue de la tienda con la sensación de haber perdido diez minutos que podía haber dedicado a, por ejemplo, meterme el dedo en la nariz.

 Por cierto, no ví a George Clooney. Parece ser que trabaja por las tardes esta semana. Al menos eso me dijeron.

 Continuará...

lunes, 16 de julio de 2012

Otra vez

 Estamos en medio de otro verano. Hace calor. Como todos los años.

 No aspiro a descubrir nada nuevo cuando digo que las noticias de los telediarios son siempre las mismas. Sé de buena tinta que ya no hacen telediarios nuevos sino que en el archivo de las televisiones hay unas cintas de video con la fecha perfectamente legible: 1 de febrero, 23 de mayo, 10 de octubre, 20 de noviembre, etc. de tal forma que solo tienen que ver la fecha en un calendario y elegir la cinta correspondiente. Así, y solo así, se explica que las noticias sigan siéndolo todos los años igual, ¡como si fuesen alguna novedad digna de reseña! El calor del verano en verano, el frío del invierno en invierno, el comienzo de las rebajas, la vuelta de los niños al colegio después de las vacaciones (incluida la compra de los libros), el inicio de las fallas, de los sanfermines, lo llenas que están las playas, la mercantil navidad, las retenciones de tráfico a la salida de las grandes ciudades cuando todo el mundo de las grandes ciudades sale a la vez en busca del paraiso para acabar encontrando, en el mejor de los casos, el purgatorio; la cuesta de enero, el inicio del Rocío, el final del Rocío donde se vuelve a demostrar (por si quedaba alguna duda) que los humanos no estamos a la cabeza de la evolución de las especies; el comienzo de la liga, de la campaña de la renta, etc, etc, etc. ¿Verdad que son originales?

 Es precisamente ésta, la originalidad, uno de los rasgos de la personalidad que en los últimos tiempos ha sido más elogiada. En aras de conseguirla se han hecho divertidas locuras en el terreno de la imagen: ropas disparatadas, pelos imposibles, maquillajes extravagantes. Y también otras excentricidades más próximas a la estafa que a lo gracioso, sobre todo en el mundo de la cultura: miren sino la deriva de cierto arte contemporáneo que parece solo buscar la provocación como fin último de la obra. Originalidad, sí; engaños, ya tenemos bastantes con los de los representantes de la soberanía popular.

 Por mi parte, he intentado desde la adolescencia ser original. Recuerdo perfectamente cuando tomé esa decisión: en clase de geografía cursando 2º de BUP, a los quince años, el profesor comentó que para triunfar con las chicas había que diferenciarse del resto y, a partir de ahí, nació la filosofía de vida que me ha traído hasta aquí. Empecé esforzándome para parecer original, resultando probablemente que la gente creyese que yo era imbécil (como la mayoría de los adolescentes, por otra parte), pero después se convirtió en hábito para mí, no tenía que hacer ningún esfuerzo para sentirme distinto, era distinto; aunque la gente sigue pensando que soy imbécil. Eso no ha cambiado.

 Echando la vista atrás, no sé si esta originalidad de mi persona se ha forjado a la fuerza o estaba latente esperando una rendija por la que salir, sí sé que me he divertido, que pienso seguir haciéndolo y que voy a ser un viejo verde, agudo e insoportable.

 Continuará...

martes, 19 de junio de 2012

Planes de futuro

Aquí estamos de nuevo después de dos meses sin hacer caso al blog. En mi contrato no dice nada respecto a la periodicidad con la que he de escribir estas entradas así que, cuando no necesito dinero, me dedico a vivir la vida en vez de contarla. ¿Seré la reencarnación de algún periodista borrachín?

 El caso es que después de una relación de odio-odio, estoy a punto de abandonar mi actual trabajo enmedio de la peor crisis económica de la historia reciente en este país. En estas circunstancias y debido también a mi edad, dominio de idiomas extranjeros y mis escasos conocimientos en ninguno de los campos del saber, las posibilidades reales de encontrar otro empleo son absolutamente inexistentes, lo cual hace que sea este el momento perfecto y la oportunidad pintiparada para pasar a una vida de reposo que me permita, por fin, engordar un poco.

 No tengo decidido lo que haré a partir de la hora en que mis jefes, con lagrimas en los ojos, me digan que la empresa ha decidido prescindir de mis servicios, pero lo que tengo claro es que, haga lo que haga, no será como para que me den calambres en las extremidades. Vamos, que entre mis planes de futuro no entra el esforzarme, ni estresarme, ni agobiarme, ni cansarme demasiado. Mi intención es vivir ciento y pico años, quiero ver quebrar a la seguridad social y que el Zaragoza gane la liga. De todos modos, en cuanto tome una decisión en firme, la cambiaré dos o tres veces, y seréis los primeros en enteraos. Seguir leyendo este blog.

 No quiero hacerme el chulico pero realmente no necesito trabajar. He estado haciendo mis cálculos durante varios años y he llegado a la conclusión de que necesito trescientos euros de vellón para pasar un mes sin estrecheces (febrero, menos). Eso son diez pavos al día: dos para comer, dos para cenar, dos para facturas, dos para cervezas y dos por si acaso. Teniendo techo y sin necesidad de comprar ropa, ya que no he de crecer más, creo que los cálculos no tienen punto débil por donde atacarles. ¿Y los trescientos euros?, muy tonto ha de ser uno para no conseguirlos, no han de faltarme recursos para ello y, a una mala, creo que en Telepizza ganan incluso más.

 Así pues estoy cerca de dar el gran salto, de alcanzar la tranquilidad de cuerpo y alma, el más absoluto de los aburrimientos, la tan ansiada libertad laboral que hasta ahora solo intermitentemente había disfrutado, cerca de la felicidad, de la armonía con el universo, de la paz y la amistad.

 ¿Será suficiente para que mi alma deje de estar atormentada?

 Continuará...

sábado, 14 de abril de 2012

Lo que pasó

 Este escrito hace el número cincuenta de entre los que pueblan este blog. Aproximadamente un año y medio después de iniciar la experiencia de contar para quien quiera leer, heme aquí alumbrando la criatura cuyo nombre forzosamente ha de empezar por la letra "L". Cincuenta piezas que, recomponiendo sin demasiado cuidado, habrían de encajar en lo que configura la personalidad del que escribe. No la totalidad, me temo, pero sí la parte que menos pudor me ha dado hacer pública. Lo más conflictivo, polémico, arriesgado e incluso desasosegante de mi ser está reservado para las personas que más me frecuentan, mal que les pese.

 Año y medio es un periodo de tiempo largo, o corto, o ni una cosa ni la otra, según se mire; pero en semejante cantidad de días suelen pasar muchas cosas. Unas dejan más huella que otras, algunas pasan desapercibidas de momento pero más tarde notamos su efecto con más fuerza de lo que parecía en un principio, otras en cambio, que parecían demoledoras en su gestación, se tornan insignificantes con la sola acción del paso del tiempo cuya exclusiva intervención resuelve gran cantidad de problemas. Así pues: cosas buenas, cosas malas y, la mayoría: ni frío, ni calor.

 En este tiempo y para la mayoría de la gente, al menos en este país, si ha habido un asunto estrella, algo que casi monopolizase las conversaciones en los bares, en los ascensores, en el trabajo; un tema candente que ha llegado a desplazar incluso al fútbol y que sigue estando más de actualidad cada día que pasa ese es, sin duda, la crisis. Por supuesto hablo de crisis económica, pues sabido es que, aunque hay otros tipos de crisis, la que importa es ésta, la que tiene que ver con las perricas, ¡dónde vas a comparar! Y, en este año y medio, ¿qué hemos avanzado en la dichosa crisis? Lo que avanza el cangrejo. Parece claro que de ésta salimos todos más pobres y con algunas cosas que parecían intocables, no solo tocadas, sino manoseadas incluso. Menos mal que es solamente una crisis económica, ¡nada que ver con la crisis de los cuarenta!

 Personalmente, en este año y medio, me han pasado muchas cosas y no todas agradables por cierto, pero en general, poniendo en una balanza las unas y las otras, las que me gustaría que no hubiesen acabado nunca y las que me procuraron algún quebradero de cabeza, gana lo positivo, y por goleada. Sigo viendo la vida como una aventura en la que cada día pueden ocurrir mil y una situaciones inesperadas, mi mentalidad dista poco de la de aquel joven recién salido de la adolescencia al que casi todo ha sonreído en la vida, muchas veces sin merecerlo (creo) y, de momento, sigo teniendo hambre de avanzar, de conocer, de vivir. Lo que no me apetece tanto es lo que digo siempre...

 ...Y lo que siempre callo.

 Continuará...

jueves, 29 de marzo de 2012

Cosas del viajar

 Viajar está muy bien. Le ayuda a uno a tomar distancia con la rutina diaria, le abre la mente y permite conocer nuevos lugares con sus nuevas gentes y paisajes. También tiene sus inconvenientes, y no pequeños: casi siempre hay que arrastrar una maleta que pesa más de lo que debería, se suele echar de menos la almohada propia y la comida termina cansando a partir del segundo día (yo vuelvo siempre deseando comer borraja). Vamos, que el viajar tiene sus pros y sus contras, como todo en la vida.

 Todo esto y algunas otras cosas todavía más insustanciales, pensaba yo hace una semana cuando pasé cuatro días en Barcelona. Buen tiempo, muchos turistas y ni rastro de crisis (me refiero a la económica).

 El rato más divertido que disfruté fue en el barrio del Raval, lo que antes se conocía como barrio chino y que protagonizó, incluso, una memorable canción de Radio Futura. Este barrio tenía antaño una fama regular tirando a mala pero ahora, según la propaganda oficial, no es más que un crisol de culturas y una amalgama de civilizaciones conviviendo en ejemplar armonía.

 Con estos precedentes me adentré por sus callejuelas sin rumbo definido y a las once de la mañana, o sea, que todavía era de día. Y esto es lo que encontré, de más a menos numeroso: drogadictos, putas y policías. En cuanto ví el percal fingí la pose del que no las tiene todas consigo, intente parecer más alto y más fuerte de lo que en realidad soy, con el objeto de intimidar a los posibles intimidadores que por allí anduviesen y, a lo que parece, lo conseguí ya que, excepto las putas, nadie me hizo ni caso.

 Los drogadictos a los que me refiero eran los típicos drogadictos, los de postal, los que todo el mundo identificaría como tales: flacos flacos, sin dientes y con mirada entre triste y perdida. Y las putas, ¡ay, las putas! Me acercaba de frente a un callejón estrecho y de unos cien metros de largo con un ejército de señoritas apostadas a ambos lados y yo, por parecer hombre de mundo y por no dejarme intimidar ante tal cantidad de minifaldas tres tallas menores de lo que el mínimo gusto estético exigiría, decidí seguir adelante.

 Intenté no acelerar el paso, no parecer nervioso y cohibido; llevaba gafas de sol y eso creo que ayudó. El caso es que ante mi sorpresa las profesionales no me dijeron ni una palabra al pasar entre tamaño amontonamiento de carne; me miraban, sonreían con una cierta sorna pero lo que es hablar, solo hablaban entre ellas. Esto me resultó extraño y reconozco que anduve reflexionando sobre el caso durante un buen rato, hasta que al final dí con la clave.

 Había disimulado tan bien y con tanta profesionalidad mi condición de turista en barrio poco recomendable, que me habían confundido con un policía.

 Continuará...

jueves, 1 de marzo de 2012

Déficit de atención

 La primavera ha quedado inaugurada esta semana. Con adelanto sobre la oficialidad, es verdad, pero en cuanto hace sol, temperatura agradable y no sopla el cabrón de cierzo que caracteriza a esta ciudad en que se desarrolla la mayor parte de mi peripecia vital, empieza para mí la epoca más bonita del año.

 ¿Cómo celebro semejante evento? En estas semanas trabajo por la tarde lo que, madrugando, me deja bastante tiempo por la mañana para dedicarlo a mi persona. A media mañana cojo un libro y me voy a alguna terraza en cualquier plaza soleada a dedicarle mi atención. O eso es al menos lo que me gustaría.

 La gente, tomada en general, no es tonta, aunque a veces admitiría de buena gana que alguien reforzase en mí esa creencia y, como no es tonta, tiene algunas costumbres muy interesantes entre las que podemos encontrar el sentarse en terrazas de plazas soleadas cuando el tiempo acompaña. Siendo así que algunas de mis costumbres son las mismas que las de otras personas, no podemos evitar coincidir sentados en las ya  mencionadas terrazas soleadas y, mientras intento leer algún rollo cualquiera escrito por algún chalado, no puedo evitar que una buena parte de mi atención flote hasta la mesa de al lado y la conversación me absorba.

 Cada día es una nueva aventura y, dependiendo de la suerte que me deparen mis vecinos (no sé porqué, pero es más fácil que sean vecinas) tengo la oportunidad de aprender montones de cosas interesantes. Hoy, por ejemplo, se ha celebrado pegado a mi espalda un congreso de psicólogas poniendo en común algunas teorías para el tratamiento de ciertas "deficiencias de cariño en edad infantil" y ha estado la mar de interesante, ¡qué vehemencia a la hora de exponer las opiniones!, ¡cómo se quitaban la palabra las unas a las otras!; me he sentido enmedio de una tertulia de Intereconomía.

 Ayer no tuve tanta fortuna. A mi lado disertaban dos adolescentes de unos 25 años, chicas, con gran volumen de voz y conversación monotemática. Hasta ese momento no entendí lo importantes que somos los chicos para las chicas y, a la vez, lo fácilmente sustituibles que les resultamos. Eso sí, creo que solo les interesaban los chicos guapos y parecían bastante felices. Me gustaría ver con quien acaban emparejadasdehecho y si entonces siguen pareciendo felices.

 Otro grupo social con el que es fácil coincidir en estas cuitas son las personas mayores de sexo femenino, lo que antes se llamaban viejecitas (¿dónde estarán los viejecitos? ¡glup!)  y la conversación te puede servir para dos cosas: bien te especializas en nombres de pastillas asociadas con todo tipo de enfermedades imaginables, o bien en dolores de todas las partes del cuerpo. Entre que saben los nombres de todas las pildoras existentes, supongo que drogas variadas incluidas, y que lo que no le duele a una, le duele a la otra, una hora a su lado equivale a curso y medio en la facultad de medicina.

 Con estas distracciones y alguna otra que pasa de vez en cuando, cada vez leo menos y pienso más.

 Es un decir.

 Continuará...

jueves, 16 de febrero de 2012

Quehaceres diarios

 En la vida hay que trabajar para ganarse el sustento, hay que viajar para cultivarse y conocer nuevas formas de ver el mundo, hacer ejercicio si queremos envejecer físicamente de forma lustrosa, leer o hacer crucigramas o resolver sudokus (ya no tan de moda, ultimamente) o jugar al ajedrez si queremos envejecer intelectualmente de forma lustrosa; hay que dormir para que cuerpo y mente descansen de todo lo anterior, relacionarse con los demás para mantener la salud psíquica, hay que dedicar al menos unos minutos al día a la higiene personal por el bien de nuestros semejantes, hemos de hacer más o menos tareas domésticas ya que no suelen hacerse solas, hay que trasladarse de un sitio a otro para realizar las distintas actividades diarias, mantener relaciones sexuales bien para procrear o bien para solaz y esparcimiento del indivíduo, pareja o grupo implicado; hay que ver la televisión y los correos electrónicos que inundan los ordenadores, hay que estar al día de las novedades, no científicas o culturales, que esas no hace falta conocerlas para vivir, hay que ir al bar o a la iglesia o al cine y hay que reflexionar algún momento sobre los próximos pasos a dar. Todo esto, y algunas cosas más, hemos de hacer en la vida.

 ¿Qué mierda de libertad es ésta?

 Continuará...

jueves, 2 de febrero de 2012

La hamburguesería

 Ayer salimos a cenar. Fuimos a una hamburguesería y la hamburguesa estaba buena. El ambiente era ruidoso ya que al poco tiempo de llegar nosotros se llenó el local, además, no pude evitar observar los usos y costumbres de las personas acomodadas en las dos mesas que tenía enfrente, en las que había representantes de dos grupos sociales totalmente distintos.

 En una de estas mesas teníamos a tres jóvenes menores de treinta años, dos chicos y una chica, los cuales tenían sus tres teléfonos móviles en las manos y no paraban de darles uso. No piensen que hablaban con nadie, hoy en día los telefonillos ya no se usan para hablar, para sacarles partido hay que tener dedos y además, ágiles. Tan embebidos andaban en sus cuitas que dudo mucho se fijasen si el camarero les metió hamburguesas o no entre el pan, y con semejante trajín me pregunto, ¿qué provecho le sacaron a la cena?

 En la otra mesa que mi visión dominaba había un grupo de cuatro chicas, mayores de cuarenta creo, y no, estas no tenían el móvil a la vista, lo que me llamó la atención fue lo que cenaron. En mi mesa, para mi mujer y para mí, se podía ver una ensalada y dos bocadillos de hamburguesa. En su mesa, para las cuatro, podía verse una ensalada y dos bocadillos (uno de hamburguesa y el otro no). Una de ellas daba cuenta del bocadillo de hamburguesa, otra, de la ensalada y las otras dos compartían el bocadillo indefinido. La que comía el bocadillo de hamburguesa no lo terminó, al fin y al cabo su cabeza tenía el mismo tipo de calculadora científica de calorías ingeridas que las cabezas de sus amigas, y con tanto cálculo me pregunto, ¿qué provecho le sacaron a la cena?

 En mi mesa estábamos mi mujer y yo como ya he dicho antes, ella esperando que le dijese "algo bonito" mientras daba cuenta de su hamburguesa con queso y yo ocupado en la observación sociológica de los vecinos de las otras mesas, concluyendo que mi adaptación a la vida en sociedad todavía dista mucho de ser completa, mientras masticaba mi hamburguesa sin queso, y con estas preocupaciones les pregunto, ¿qué provecho le sacamos a la cena?

 Evidentemente no les recomiendo que vayan a ese restaurante. Dudo mucho que la cena les resultase provechosa.

 Continuará...

domingo, 22 de enero de 2012

¡Eso es mentira!

 ¿Por qué mentimos tanto? Mentimos ante situaciones complicadas para intentar escabullirnos, en esas donde vemos que decir la verdad no puede traernos nada más que problemas y entendemos que falsear los hechos nos da una oportunidad de salir indemnes. Censurable pero comprensible. Lo que es más difícil de entender son las mentiras en cosas totalmente banales, allá donde nada nuestro corre peligro, el mentir como entretenimiento, ¿qué nos lleva a ello?

 Cuando alguien se acostumbra a faltar a la verdad lo hace en toda situación, sea cuestión grande o pequeña, importante o trivial, decisiva o intrascendente; en los asuntos nimios no se miente ya por intentar salvar el pellejo, sino por inercia y, algunas veces, el mentiroso se arrepiente de su mentira en el mismo momento en que la dice aunque sea ya tarde y pase a ser esclavo de ella. De tanto mentir se confunden ficción y realidad y, ya sabemos, para tapar una mentira hay que urdir varias más de forma que se hace muy trabajoso y solo factible para personalidades muy ordenadas, a poder ser de las que apuntan todo en libretitas, el ser un mentiroso de éxito (siempre relativo). En cuanto se falta a la verdad en un par de asuntos, más todas las mentiras accesorias para tapar aquellas, se acaba construyendo una realidad virtual, un mundo paralelo que, antes o después, suele terminar desmoronándose, amenazando incluso con llevarse por delante la salud mental del fabulador.

 Así pues, mentir no es aconsejable ni desde el punto de vista moral, ni desde el punto de vista de la comodidad y el relajo en la vida diaria. Intentemos inculcar esto en la infancia a los niños (iba a escribir "y niñas" pero no me da la gana) Distingamos entre las mentirijillas que traman para sustentar sus imaginarias aventuras, totalmente necesarias en su formación, de las otras, de las que no pretenden más que eludir sus pequeñas responsabilidades no dudando, la mayor parte de las veces, en echar la culpa a cualquiera que tengan a mano. Hagamos que entiendan la gravedad del asunto, aunque solo sea por su bien futuro. Seguro que la convivencia entre todos no empeorará.

 Esta reflexión, y otras peores, se me ocurrió después de hablar el otro día con el director de la oficina de mi banco. ¡Podría ser actor el jodido!

 O político.

 Continuará...

jueves, 12 de enero de 2012

Tonto el que (lo) lea

 No leas.

 Leer es peligrosísimo. Puede hacer que cambies algunas opiniones que llevaban contigo media vida, puede inocularte un veneno más potente que el de algunas sierpes, puedes encontrar en distintos libros (o, incluso, en el mismo) opiniones enfrentadas que te harán reflexionar y tomar partido, es adictivo, obliga a estar concentrado, fomenta la imaginación lo cual, en esta sociedad tan práctica no es sino un estorbo, hace que pierdas un tiempo precioso que podrías dedicar a ver series buenísimas en la televisión, navegar sin rumbo por la red, mandar guasaps o jugar a cualquier juego electrónico en tu ordenador, en tu móvil o, quizás pronto, en tu taza del váter.

 Por no hablar de la gente rarísima a la que todos los peligrosos peligros anteriores no impresionan, que, incluso, serían felices si pudiesen leer todo lo que se ha escrito durante todas los épocas en que se ha escrito, que hasta se quitan tiempo de ir a las rebajas para dedicarlo a su pasión y que sienten un amor por los libros que roza lo físico. Tarados, sin duda.

 Además las personas que tienen tan execrable costumbre corren el riesgo de llegar a la vejez con una mayor lucidez mental que las otras, luego, teniendo en cuenta lo bien que anda todo en el mundo y las razonables perspectivas de que la cosa empeore, es de agradecer el andar escasos de claridad en el entendimiento. Otra pega que apuntar en el debe del gusto por la lectura.

 ¿Has leído El conde de Montecristo, El nombre de la rosa o los Ensayos de Montaigne? No lo hagas, acepta mi consejo, podría absorberte el inframundo de la Literatura y no salir jamás de ahí. Podrías dejar de pensar en ganar más dinero que dedicar a cosas totalmente prescindibles y pasar a perder el tiempo leyendo, incluso podrías dejar de aburrirte y ¿qué pensarán entonces los vecinos?

 También he de reconocer que si me hiciesen leer de lunes a viernes (e incluso algunos sábados y domingos y festivos) durante ocho horas seguidas y fijas, por obligación, sin poder elegir el libro y aunque no me apeteciese, lo odiaría.

 ¿Cómo no voy a odiar mi trabajo?

 Continuará...

jueves, 5 de enero de 2012

La entrevista

 Hace un par de semanas, mientras caminaba, vi que iban a entrevistar a una persona y paré, todo lo discretamente que pude, a escuchar. Me acerqué al escaparate más cercano al entrevistado y me coloqué de forma que el oido mejor de los dos que tengo apuntase hacia la entrevista. Recuerdo haber entendido, más o menos, lo siguiente:

 - Buenos días, señor...
 - Alberto.
 - Don Alberto, ¿qué opinión le merecen las últimas declaraciones del director general del FMI respecto al alcance de la crisis en los paises del sur de Europa, su extensión en el tiempo y las medidas a adoptar?
 - Teniendo en cuenta que ese señor habla un perfecto inglés y que yo no entiendo el inglés cuando es tan perfecto, sí que me pareció oir la palabra "Spain", con lo cual me dio la sensación de saber de qué va el asunto y me merece gran confianza y respeto.
 - ¿Cree usted que habría que tomar algunas decisiones distintas a las hasta ahora ejecutadas en vista de que no se termina de ver la luz al final del túnel?
 - Sí.
 - ¿Podría concretar un poquito?
 - No.
 - Muchas gracias don Alberto pero, a pesar de la función de guardián del euro que desarrolla Alemania, ¿le parece que muestra una implicación suficiente en la resolución del problema?
 - Pienso que Alemania no debería tener tanto poder. Más bien debería de ser un país con menos tradición filosófica el que jugase ese papel. Por no hablar del tema de los ex-deportistas metidos a empresarios chungos ...
 - ¿A qué se refiere?
 - A nada en particular y a todos en general.
 - Volviendo al tema económico, señor, ¿en qué medida le está afectando a usted personalmente esta crisis, si es que le afecta?
 - A mí me está afectando bastante. Es una putada que suban las gasolinas y el pan, por ser estos productos básicos para la mayoría de la población. Además hay mucho paro y por algunas calles no se puede ni andar, sobre todo las que tienen oficinas de empleo, ja,ja,ja,ja.
 - Se toma usted este asunto, trágico para muchas familias, de una forma bastante curiosa...
 - Sí, yo soy así de chulo.
 - ¿Tiene usted, que parece persona instruida y sensible, alguna "receta" para solucionar la crisis?
 - No es tan difícil. Los políticos no lo resuelven porque están a otras cosas. Pero bueno, el banco central europeo tiene una máquina con la que hace los billetes, realmente supongo que habrá varias para hacer billetes diferentes. ¡Qué hagan más!, el doble, el triple...los que hagan falta. Una vez hechos pueden sortearlos para la gente que ande necesitada, como este sorteo que ha habido ahora en Navidad, y con el dinero que recauden comprar más máquinas de hacer billetes, hacerlos y repartirlos entre todos hasta que la gente quede satisfecha y... crisis resuelta. Creo que se puede acortar algún paso pero no estoy completamente seguro. En cuanto a la satisfacción de la gente, habría que acotarla de alguna manera ya que, sino, haríamos corto con todo el mineral de hierro de todos los planetas conocidos para fabricar suficientes máquinas de hacer billetes en número tal que satisficiesen a una sola de las personas con las que normalmente nos cruzamos por la calle.
 - Realmente parece una solución brillante en su sencillez, ¿a qué se dedica usted?
 - Soy funcionario de los de toda la vida, pero por las tardes invierto en bolsa por internet, por eso sé lo que me digo cuando hablo de economía.
 - Si me permite una última pregunta...
 - Faltaría más, ahora ya me voy soltando, ¡pregunte usted señorita, pregunte!
 - Me gustaría conocer su opinión respecto al equipo económico designado por el presidente del gobierno para intentar reconducir esta situación de cierre de empresas y paro creciente.
 - Pues mire usted, yo soy socialista, no tengo reparo en admitirlo y por lo tanto he de decir que todos esos ministros desprenden un cierto tufillo franquista pero, dicho esto, sí reconozco que la Sorayita es más guapa que nuestra Leire Pajín, lo cual me incapacita para emitir un juicio desapasionado e imparcial. También hay uno que se parece a Aznar, con lo que veo que no han empezado con buen pie. No les auguro más de ocho-doce años en el poder y espero que se equivoquen poco unos días para que todos vivamos mejor y mucho otros días para que pierdan las elecciones.
 - En fin, muchas gracias don Alberto.
 - Las suyas, señorita. Perdone, ¿cuándo publicarán la entrevista?
 - No puedo garantizarlo pero creo que el día 28 de diciembre sería muy adecuado.

 Y me pareció que el tal don Alberto se marchaba calle abajo tan ufano, henchido de orgullo y plenamente convencido de su superioridad moral e intelectual sobre la mayoría de conciudadanos.

 Continuará...