Dióme pie ese rato pasado en la tienda a pensar sobre algunas cosas, todas ellas contrarias a la gente considerada como masa informe e indistinguible: el café como símbolo de poder adquisitivo, el comportamiento gregario y becerril de muchas personas, la irresistible pasión por lo gratuito, el capitalismo llevado al extremo de vender café en una tienda de lujo, el poder de las modas y la publicidad (¿o debería decirse el marketing?), la paciencia para soportar una fila en la que la recompensa es...café. Hasta que llegó mi turno y me atendió un simpático joven que me explicó las muchas bondades de esas dichosas cafeteras y, por supuesto, de ese dichoso café. No me enteré de nada de lo que decía, hablaba muy rápido, todo el rato repetía alguna muletilla que ya no recuerdo y el tema no me interesaba demasiado. Le dije que me anotase todo en un papel, rechacé su invitación a probar la estimulante bebida y me largue de la tienda con la sensación de haber perdido diez minutos que podía haber dedicado a, por ejemplo, meterme el dedo en la nariz.
Por cierto, no ví a George Clooney. Parece ser que trabaja por las tardes esta semana. Al menos eso me dijeron.
Continuará...
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