viernes, 30 de diciembre de 2011

Fin de año

 Se acabó el año. Otros 365 que ya no volverán. Ni he aprendido inglés, ni me he apuntado a un gimnasio, ni he dejado de fumar.

 La vida sigue a su marcha, sin esfuerzo, como si nada y, mientras, nosotros andamos con la lengua fuera, detrás de no se sabe qué, oyendo algo sobre una crisis y desperdiciando los minutos como si fuesen gratis. Entreteniéndonos en gilipolleces y no atendiendo a lo realmente importante, eso que no veremos claro hasta el dulce y último lecho. ¿Hay mayor desgracia?

 Un año pasa rápido cuando se echa la vista atras, pero en su discurrir da tiempo para que ocurran muchas cosas. Muere gente famosa, hay varios "partidos del siglo", se sortea la loteria de navidad (esa con la que todo el mundo hace castillos en el aire) e incluso todos los años traen su mes de agosto en el que, con crisis y todo, las carreteras se llenan de vehículos en busca de ese paraiso en forma de playas atestadas de gente y chiringuitos con comida grasienta.

 Dicen que cuando se llega a cierta edad los años pasan más deprisa. Es cierto. Cuando uno está de vacaciones por ahí, visitando algún nuevo destino, los días pasan más despacio, cunden más y tenemos la sensación de que una semana de esa guisa ha transcurrido mucho más lenta que siete días inmersos en el trajín de la monotonía laboral. Esto mismo ocurre con el discurrir de la vida: los primeros años son los de las novedades, el aprendizaje y el acúmulo de experiencias; estos pasan más despacio por su densidad. Llegados a cierta edad, casi todo está ya acumulado, las experiencias vividas y el aprendizaje, aunque nunca en su totalidad, hecho. Además, de jovencitos deseamos que el tiempo vuele para llegar a "mayores", por lo que pasa más despacio. De "mayores" queremos que vaya despacio para que no se acabe, por lo que vuela. Tiempo sicológico. Crueldad de la vida.

 En fin, otro año que se va. Pero también otro año que empieza: nuevos propósitos, nuevas ilusiones, nuevos proyectos para no cumplir.

 El optimismo ante todo.

 Continuará...

martes, 20 de diciembre de 2011

Calorcillo

 Corolario nº A: los meses fríos son más tristes. Corolario nº B: los habitantes de paises con clima más frío son menos alegres. Lo que de común tenemos entre las aseveraciones anteriores es lo siguiente: el sol hace que las personas sean más felices. El sol. No hablamos de salud, dinero, amor o el fracaso del vecino, hablamos del sol. Ni más, ni menos.

 Durante toda la historia del pensamiento uno de los asuntos recurrentes de las reflexiones humanas ha sido la felicidad. Cada pensador ha contribuido con lo que ha podido a establecer las causas que determinan el que unas personas vivan más a gusto que otras. Unos decían que había que satisfacer todas las pasiones, que había que dominarlas y sofocarlas, otros; para algunos la salud configuraba la única variable fiable, para otros la dedicación a actividades intelectuales; el trabajo y sus frutos, decían estos, la holganza y los suyos, contratacaban aquellos. En fin, como en todo, no acabábamos de entendernos.


 Sin embargo, la explicación era sencilla y por fin sale a la luz; la del sol precisamente es la culpable de que las caras sean más risueñas, los apetitos más evidentes, las relaciones más satisfechas. Es verdad que ya por Andalucía sabían mucho de esto pero, para no quedarse sin espacio vital, no han querido hacer demasiada publicidad, no fuese que su terruño se viese invadido por esos afanosos alemanes o aquellos sosos noruegos.

 Ahora han arriesgado demasiado con un polémico anuncio en el que puede verse a los Reyes Magos en Sevilla, por supuesto sentados tranquilamente y departiendo sobre la levedad de la vida. Polémico sí, desde el mismo momento en que lo financia un ayuntamiento gobernado por cierto partido y la oposición oposita como entiende que debe opositarse, en todo aspecto, importante o nimio y aún a costa de arriesgarse a hacer el ridículo. Esperemos que de ahí no extraigan los nórdicos la verdadera esencia, lo bien que aquí se encara la vida y terminen con alguna gran colonización, a las buenas o a las malas, como el Mc Donalds.

 De esta forma ya hemos puesto las bases de la nueva filosofía de la felicidad, simplemente hay que arrimarse al sol que más caliente (creo que ya estaba inventado) Allá donde no haga falta ropa, de tan a gusto como se esté, allá es donde los indices de alegría más altos llegarán, el contento será religión común y hasta el envidiosillo verá su mal atenuado. Y, además, los críticos de este nuevo ars vivendi no podrán rebatir la validez de la idea central de nuestro sistema.

 Al fin y al cabo, tendrían que argumentar que la felicidad la trae el frío.

 Continuará...

domingo, 11 de diciembre de 2011

Hipócritas

 La hipocresía, defecto muy extendido y demasiado criticado. ¿Sería posible una convivencia mínimamente civilizada sin su concurso? ¿No somos los humanos contradictorios por naturaleza? ¿A qué achacará Mou la próxima derrota contra el BarÇa?

 Hay personas que alardean de una sinceridad a toda prueba, caiga quien caiga, y que solo vienen a confirmar la tan manida máxima: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Esa ausencia total de fingimiento, de disimulo, de disfraz en la opinión o el sentimiento no es propio de ninguna sociedad. Al menos ninguna de las que juegan la Eurocopa.

 Hipócritas somos todos pues, en mayor o menor medida, con más o menos gracia. Nadie da en todo lugar y ocasión su cara más sincera e incluso hay algunos que solo la ofrecen cuando no los ve nadie. Otros, ni entonces. Algunas personas apenas dejan entrever su doblez, estás son las más peligrosas y sin duda tienen en la carrera política grandes posibilidades, mientras a otras se les nota a cinco leguas de distancia que lo que dicen o hacen no está de acuerdo con lo que íntimamente sienten, llegando a darse casos de gente que resulta de una gran comicidad por cuanto se sabe, sin atisbo de duda, que el disimulo los acompaña en todo trance, en toda situación, adonde quiera que vayan.

 Creo, respondiendo a la primera pregunta, que una moderada dosis de hipocresía no es mala cosa, pudiendo llegar incluso a ser deseable dependiendo de la situación y de la compañia en que uno se encuentre. Entiendo que si fuésemos totalmente sinceros en nuestras apreciaciones para con los demás, la pequeña civilización que a cada uno rodea correría el riesgo de resquebrajarse en sus cimientos y defiendo que una cierta habilidad para decir "blanco" mientras se piensa "negro" o, al menos, "gris", no contribuyó nunca a iniciar una guerra.

 Abogo pues por la mesura, el no ser brutalmente sincero ni continuamente taimado, como la manera en que podemos vivir en sociedad de una forma más aceptable. Siempre hay que adaptarse a las circunstancias y, por supuesto, tener en cuenta los sentimientos de los demás. O lo que nosotros interpretamos de los sentimientos de los demás. Estas fechas son muy apropiadas para ensayar: ¿quién no ha recibido alguna vez un regalito y ha tenido que echar mano de la "diplomacia" para fingir que el presente era de su gusto?

 En fin, la hipocresía sería como la sal: no muy saludable pero necesaria en pequeñas cantidades.

 Aunque suene cínico.

 Continuará...

domingo, 4 de diciembre de 2011

Ficción nº 2

 Era la cuarta vez que pasaba por aquel escaparate en el poco tiempo que llevaba el discurrir del día.

 Sus jornadas tendían a repetirse de manera rítmica, casi automática. Después de levantarse y desayunar comenzaba un largo paseo que le llevaba a invertir un par de horas de su tiempo. Solía caminar por las mismas calles, recorrer las mismas aceras en la confianza de que nunca tropezaría con las mismas personas lo cual, para ella, era como cambiar de paisaje cada día.

 No es que la gente le importase mucho, no. Lo que le importaba realmente era la ausencia de repetición en la fisonomía de los caminantes con que se cruzaba. La monotonía en el recorrido, que soportaba sin enojo, hubiese resultado irritante, insoportable, dolorosa casi, de haberse dado en las caras de las otras personas cada mañana.

 Una vez que la caminata había cumplido la misión de dejarle cansada, con la ración de ejercicio autoimpuesta ya realizada, gustaba de sentarse en un café y, allí, dejar pasar lo que de la mañana quedase por delante, entregada a poner por escrito las ideas que el paseo hubiese contribuido a encender en su pelirroja cabeza.

 La tarde sería distinta, durante ella intervendrían ya las personas que formaban parte de su círculo íntimo y solía ser el momento de las charlas alrededor de una copa de vino, las compras o las sesiones de cine.

 Los días pasaban de esta forma, u otra parecida, dejando tras de sí el poso de la agradable costumbre. ¿De veras quería ella cambiar esta rutinaria y relajante previsibilidad?

 La cuarta vez que pasó tomó la decisión. Era la posibilidad real de vivir otra vida, llevaba ya mucho tiempo sin trabajar y aquel anuncio en el escaparate buscaba a alguien con sus mismas capacidades. ¡Otro día será! -se dijo- y siguió caminando con la tranquilidad de quien sabe adonde va.

 Continuará...