Algunos se relacionan con el dinero de forma totalmente despreocupada, inconsciente, arriesgada. Serían los que dilapidan tanto lo que tienen como lo que no tienen. Es fácil entender que este tipo de relación a largo (incluso a medio y a veces a corto) plazo no suele acabar bien. Se trata de vivir de prestado a costa del banco, de los amigos o de los familiares; mal asunto en todo caso. Lo único bueno del tema sería la forma como estas personas han de agudizar su ingenio para seguir dando el palo día tras día.
Otros no entienden el significado de malgastar, realmente tampoco el de gastar y de lo único que se preocupan es de amasar una fortuna tan grande como sus ingresos les permitan, minimizando el consumo de cualquier bien para evitar que mengüe su tan preciado tesoro. Como suele decirse, en el pecado llevan la penitencia ya que, por mucho peculio que consigan guardar, siempre han de vivir como auténticos miserables. Avaros, ni más ni menos.
Por fin estarían aquellos que en el dinero solo ven un medio para subsistir, no un fin. Gente que gasta lo que tiene, no más, pero tampoco menos. Vivir al día, gastar conforme se va generando, no guardar en la convicción de que contra la providencia ninguna cantidad les va a resguardar suficientemente. ¿Ha de faltarles alguna vez un plato para cenar y un techo bajo el cual cobijarse? No, se responden. Y siguiendo el consejo de tantos antiguos sabios intentan no tener nada para no temer perder nada.
El dinero, ¡ay, el dinero! Cuantos quebraderos de cabeza, cuantas humillaciones, calamidades y crímenes te debemos. Y sin embargo me temo que sigas siendo objeto de adoración general durante una larga temporada todavía aunque, como dijo aquel, la diferencia entre el rico y el pobre sea solamente el tipo de problemas que tienen.
¿Será el dinero, simplemente, el instrumento para conseguir sexo?
Continuará...