viernes, 25 de noviembre de 2011

Relaciones

 Hay varias formas de relacionarse con el dinero. Parece que en la sociedad actual se le da una desmesurada importancia a las perras, pero tengo serias dudas de que esto no sea una característica común a todas las épocas de la histórica historia. Además, que se le dé tanto protagonismo en nuestras vidas tampoco implica una mínima reflexión sobre este asunto. Como sobre casi ningún otro.
 
pile of euro coins Algunos se relacionan con el dinero de forma totalmente despreocupada, inconsciente, arriesgada. Serían los que dilapidan tanto lo que tienen como lo que no tienen. Es fácil entender que este tipo de relación a largo (incluso a medio y a veces a corto) plazo no suele acabar bien. Se trata de vivir de prestado a costa del banco, de los amigos o de los familiares; mal asunto en todo caso. Lo único bueno del tema sería la forma como estas personas han de agudizar su ingenio para seguir dando el palo día tras día.

 Otros no entienden el significado de malgastar, realmente tampoco el de gastar y de lo único que se preocupan es de amasar una fortuna tan grande como sus ingresos les permitan, minimizando el consumo de cualquier bien para evitar que mengüe su tan preciado tesoro. Como suele decirse, en el pecado llevan la penitencia ya que, por mucho peculio que consigan guardar, siempre han de vivir como auténticos miserables. Avaros, ni más ni menos.

 Por fin estarían aquellos que en el dinero solo ven un medio para subsistir, no un fin. Gente que gasta lo que tiene, no más, pero tampoco menos. Vivir al día, gastar conforme se va generando, no guardar en la convicción de que contra la providencia ninguna cantidad les va a resguardar suficientemente. ¿Ha de faltarles alguna vez un plato para cenar y un techo bajo el cual cobijarse? No, se responden. Y siguiendo el consejo de tantos antiguos sabios intentan no tener nada para no temer perder nada.

 El dinero, ¡ay, el dinero! Cuantos quebraderos de cabeza, cuantas humillaciones, calamidades y crímenes te debemos. Y sin embargo me temo que sigas siendo objeto de adoración general durante una larga temporada todavía aunque, como dijo aquel, la diferencia entre el rico y el pobre sea solamente el tipo de problemas que tienen.

 ¿Será el dinero, simplemente, el instrumento para conseguir sexo?

 Continuará...

miércoles, 16 de noviembre de 2011

De lo moderno

 Últimamente estoy observando con atención el siguiente fenómeno: personas aparentemente en sus cabales, algunas inteligentes, gente decente, de buenas costumbres, incluso votantes del PP, están siendo abducidas por esos pequeños engendros que llaman teléfonos móviles aquí, celulares (pronúnciese selulares) allá.

 Es sabido que entre las personas de escaso poder adquisitivo (pronto todos los mortales que este país habitamos) la posesión de un teléfono móvil es símbolo de estatus. A mejor aparato, más nivel atribuido a la persona y, a falta de acceso al mercado de coches más o menos lujosos, el móvil indica, dentro de este grupo social, la calidad del individuo.

 Hasta ahora era así. Pero la industria no descansa, es voraz, necesita crear nuevas necesidades con las que seducirnos y, en este caso, parece que han acertado de pleno. Es justo reconocer la habilidad de las empresas en su busqueda de nuevos alicientes con los que atraparnos, pero también contribuye grandemente al éxito la superficialidad que suele acompañarnos como consumidores. Les han colocado "internes" y alguna que otra pijada a estas máquinas y han logrado que mucha gente ande obsesionada con el montón de tonterías diferentes, la mayoría absolutamente inútiles, que sus queridos móviles son capaces de hacer. Y no estoy hablando de adolescentes.

 Desde hace un tiempo pueden enviarse mensajes gratuitos entre determinados aparatos, ¿qué hemos ganado con esto?, que donde antaño se mandaban mensajes cuando era "necesario", ahora se envían porque son gratis, a lo tonto, porque me aburro. El día que se popularicen las llamadas gratuitas andaremos por las calles pegados al teléfono, todos, a todas horas, en vez de ir hablando con la persona de al lado. Ridícula imagen.

 Pero, como no puede irse contra el progreso, quiero contribuir a éste proponiendo algunas aplicaciones para los telefonillos que serían la mar de útiles, necesarias y no me cabe duda acabarán imponiéndose: 1º Un avisador que vibre cuando se acerque un ladrón, evidentemente debería desconectarse en las proximidades de cualquier banco. 2º Un chisme que indique cuantas semanas lleva congelada la merluza fresca que compramos en el super, (¿quién compra hoy día en la pescadería?) 3º Una antena que capte y envíe a la pantalla las mentiras que dicen los políticos; pero no las que ellos desconocen que son mentira, sino las que dicen a sabiendas de que lo son. Esta aplicación sería muy entretenida para la gente con mucho tiempo libre que, precisamente gracias a los regidores de la cosa pública, cada día es más numerosa. 4º Una alarma que avise cuando la madre del cuco vaya a salir en televisión, pero no para evitarla, no, más bien al contrario, para no perder ripio; podría ser algo de este estilo: "corre que en cinco minutos empiezo a hablar en telecinco. No dejes que te lo cuenten"

 ¡Ah! y un espanta-cretinos.

 Continuará...

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hoy igual que ayer

 La otra noche hubo un debate político en televisión. Haciendo una pequeña encuesta al día siguiente sobre el seguimiento de tamaño acontecimiento cultural me tope con lo siguiente: con los debates políticos pasa como con los "pogramas" del corazón, nadie los ve, aunque después las cifras de seguimiento sean las que son.

 ¿Qué lleva a la inmensa mayoría de la gente a disfrazar sus gustos, a maquillar sus intereses? Pues lo de siempre, la vanidad. El populacho cree que sus gustos son indignos, sus intereses vacuos, por lo tanto mienten como bellacos a la hora de contestar a cualquier pregunta que, según ellos, les pueda catalogar como lo que en el fondo, y en la superficie, son. Si a ese intentar parecer guay le añadimos la falta de personalidad que suele acompañarnos en cuanto personajes gregarios que somos, el resultado no puede ser distinto del que es.

 La vanidad, ¡qué tontería! y, sin embargo, quien esté totalmente libre de ella que tire la primera piedra. Este adorno hace que necesitemos demostrar a la vista de los demás algo para poder disfrutarlo plenamente. Me explico: Si ofrecemos a alguien la posibilidad de disfrutar de un coche de lujo con la única condición de que no pueda enterarse nadie de la identidad de su propietario, ese alguien, sin duda, aceptará el presente, pero el disfrute que le proporcionará el cochazo será ¿un 60%?, ¿un 50%? del que le proporcionaría el poder exhibirlo a voluntad, contarlo a los cuatro vientos.

 Si hablamos de vestidos, añadidos otros componentes, nos encontramos un problema parecido, especialmente en cuanto a la exhibición de marcas en las prendas de vestir. ¿Quién pagaría un sobreprecio que triplicase la cantidad que cuesta una camisa de calidad, si fuese a condición de que no se viese la marquita? Ni Blas. ¿Y las casas?, paséen ustedes por los alrededores de alguna urbanización de nivel medio-alto; sería lógico que dentro de las casas nos permitiésemos los mejores materiales, las mayores comodidades dentro de nuestras posibilidades, pero en el exterior, ¿qué es lo que justifica esos diseños llamativos y apabullantes? Pues entre otras cosas, la vanidad. Que se vea que me lo puedo permitir.

 En el fondo es una faena que nos valoremos, no con nuestros ojos, sino con los ojos de los demás. Esto hace que nuestra vida la vivamos según el gusto que consideramos tienen las otras personas. ¿Se puede encontrar ejemplo mayor de falta de criterio, de superficialidad en las preferencias?

 Éste que esto escribe se dio cuenta un día, no ha mucho, caminando.

 Continuará...