jueves, 12 de enero de 2012

Tonto el que (lo) lea

 No leas.

 Leer es peligrosísimo. Puede hacer que cambies algunas opiniones que llevaban contigo media vida, puede inocularte un veneno más potente que el de algunas sierpes, puedes encontrar en distintos libros (o, incluso, en el mismo) opiniones enfrentadas que te harán reflexionar y tomar partido, es adictivo, obliga a estar concentrado, fomenta la imaginación lo cual, en esta sociedad tan práctica no es sino un estorbo, hace que pierdas un tiempo precioso que podrías dedicar a ver series buenísimas en la televisión, navegar sin rumbo por la red, mandar guasaps o jugar a cualquier juego electrónico en tu ordenador, en tu móvil o, quizás pronto, en tu taza del váter.

 Por no hablar de la gente rarísima a la que todos los peligrosos peligros anteriores no impresionan, que, incluso, serían felices si pudiesen leer todo lo que se ha escrito durante todas los épocas en que se ha escrito, que hasta se quitan tiempo de ir a las rebajas para dedicarlo a su pasión y que sienten un amor por los libros que roza lo físico. Tarados, sin duda.

 Además las personas que tienen tan execrable costumbre corren el riesgo de llegar a la vejez con una mayor lucidez mental que las otras, luego, teniendo en cuenta lo bien que anda todo en el mundo y las razonables perspectivas de que la cosa empeore, es de agradecer el andar escasos de claridad en el entendimiento. Otra pega que apuntar en el debe del gusto por la lectura.

 ¿Has leído El conde de Montecristo, El nombre de la rosa o los Ensayos de Montaigne? No lo hagas, acepta mi consejo, podría absorberte el inframundo de la Literatura y no salir jamás de ahí. Podrías dejar de pensar en ganar más dinero que dedicar a cosas totalmente prescindibles y pasar a perder el tiempo leyendo, incluso podrías dejar de aburrirte y ¿qué pensarán entonces los vecinos?

 También he de reconocer que si me hiciesen leer de lunes a viernes (e incluso algunos sábados y domingos y festivos) durante ocho horas seguidas y fijas, por obligación, sin poder elegir el libro y aunque no me apeteciese, lo odiaría.

 ¿Cómo no voy a odiar mi trabajo?

 Continuará...

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