domingo, 31 de julio de 2011

Nessun dorma

 Ya sé que a la mayoría le sonará a chino a pesar de que la expresión esté en italiano. Significa nadie duerma y no es sino el título del aria que abre el último acto de la ópera Turandot de Puccini. ¿Qué decir de semejantes tres minutos? Nada de nada, simplemente escúchese al volumen más elevado que los vecinos nos permitan, a poder ser en alguna grabación de Pavarotti, y con los ojos cerrados. Si al final del aria no tenemos todos los pelos de punta es que, por fin, después de ver tanto la tele hemos llegado a ser auténticos arbustos, lo cual complacerá sin duda a cualquiera que sea el gobierno que nos gobierne después del 20 de noviembre.

 Me voy acercando poco a poco a la ópera. No es sencillo y, por supuesto, requiere de un esfuerzo previo para degustarla superior al que requiere el fútbol, por ejemplo. Alguien escucha por vez primera una ópera y le resulta más placentera si lo hace con el libreto delante, a poder ser en un idioma que entienda y sabiendo de que va la historia que se recrea previamente a la audición. Las posteriores ocasiones ya tendremos las claves y podremos guiarnos sin otros sentidos ajenos al oido.

 Aunque la ópera que nos gusta y que ya se ha escuchado varias veces hay que verla en directo, por supuesto, para eso han sido creadas y una vez "trabajadas" es ahí donde se le ha de sacar el máximo placer, el mayor gozo. Mi experiencia en la ópera es la siguiente: he asistido una vez en mi vida a una de estas representaciones, no había escuchado la obra nunca, no entendía el idioma en que cantaban y, para más inri los subtitulos que pasaban en una pantalla eran en alemán. Por suerte la compañía era agradable y había ginebra en el bar.

 Y como dicen que en la variedad está el gusto anoche estuve en un concierto en el que tocaban un grupo cubano-aragones al que llaman Karamba y, por fin, un tal Ariel Rot, ¡qué tío el Ariel! toda su vida haciendo rock del bueno, profesionalidad, buenos músicos, algún blues y nosotros dando saltos como si fuésemos adolescentes, estuviésemos enamorados y el concierto fuera ilegal. Venga a guitarrear.

 Y es que la ópera es chula, pero donde esté un buen blues...

 Continuará...

sábado, 23 de julio de 2011

Ficción nº 1

 Esa tarde no debería haber estado allí. Es lo que me digo ahora, una vez que ya no tiene remedio, cuando ya no puedo modelar mi destino. No debería haber estado allí, me repito cada día.

 Ya cuando desperté esa mañana tuve la sensación, una especie de intuición en realidad, de que algo inusual iba a ocurrirme. A partir de aquí -me dije- has de tener una precaución especial, todos los sentidos activados por lo que pueda venirte encima. Pero con el paso de las horas toda esa prevención fue desapareciendo, fui relajándome y dejándome llevar por la inercia de una jornada más. Igual que las anteriores. Como todas.

 A eso de las seis de la tarde y mientras caminaba por el Paseo de los Tristes según mi costumbre, se produjo el encontronazo. Ella era una antigua compañera de la universidad, nunca fue amiga mía; conocida sería la palabra si no resultase tan abstracta, tan fría. Después de los saludos de rigor, de que ella me dijese alguna generalidad, después de decirle yo un par de banalidades, se puso a llorar. Y lloró, no con esas lágrimas amargas y tranquilas producidas por un dolor sordo, no, lloró como un bebé desconsolado, sin ningún tipo de pudor. No se me ocurrió otra cosa para salir del paso que ofrecerle refugio momentáneo en el bar más cercano, la gente se quedaba mirando y a mí me daba cierto apuro lo que pudiesen pensar. Creía que me verían como a un novio o esposo que acaba de decirle a esa mujer que todo ha terminado y, en vez de ofrecerle una salida a ella, me la ofrecí a mí mismo.

 Ella aceptó la invitación y también aceptó mi brazo, se agarró a mí y se calmó.

 Una vez dentro del bar y después de dar cuenta de dos cervezas me pidió perdón por su pérdida de control y me contó el motivo de su desconsuelo. He de reconocer que me quedé helado ante la magnitud de su tragedia, ante el abismo que se abría a sus pies, ante la dificultad de solucionar semejante asunto; de tal forma que no ví más opción que ofrecerle mi ayuda. No tuve más remedio. Ella aceptó y me pidió, sobre todas las cosas, que no revelase sus confidencias. Y así he de hacerlo, aunque me cueste.

 Hoy la he visto en el mismo bar, su secreto me persigue y yo intento escapar de aquella tarde con todas mis fuerzas.

 Sé que es en vano.

 Continuará...

sábado, 16 de julio de 2011

¿Quién quiere ser feliz?

 La felicidad, esa quimera. Todo el mundo quiere atraparla y nadie sabe donde mora. Alguna vez se la ha visto acompañada de corrientes mortales pero dicen, los que de esto entienden, que la relación fue fugaz.

 Cada persona persigue la felicidad a su modo: unos según un plan previamente establecido, otros guiados por el instinto, algunos sin darse cuenta, otros acumulando objetos y propiedades e incluso hay gente que pretende ser feliz jodiendo a todos los anteriores. No parece que haya unidad de criterios.

 Epicuro de Samos, filósofo griego probablemente ya fallecido, tuvo gran parte de culpa del nacimiento del epicureismo, corriente filosófica que se puede considerar como una variación del hedonismo y entre cuyas principales aportaciones a la historia del pensamiento figura el término ataraxia. ¿A qué aludían aquellos barbados griegos con este palabro? Aproximadamente sería la tranquilidad de ánimo derivada de la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos, así como una cierta indiferencia ante las adversidades. Ejercitándose en su práctica se conseguiría la felicidad que es, ni más ni menos, la finalidad de la vida.

 El no tener aspiraciones desmesuradas, no comer o beber más de lo necesario, disminuir las pasiones sexuales, afrontar los reveses de la vida con entereza y ponerlos en su justo contexto, relativizándolos, no anticipar los problemas que no sabemos si llegarán a ser tales; son algunas de las cosas que harían que la vida se nos presentase como un mar sin una brizna de viento, totalmente en calma y, según los epicureos, nos llevaría a ese equilibrio emocional que ellos identifican con la felicidad.

 Para algunos esa "tranquilidad" se aproximará a vivir en la Arcadia feliz, para otros no. Mi creencia, si es que a alguien le importa, es que los tiros pueden ir por ahí, esta puede ser la clave de una existencia razonablemente llevadera y plácida. Conseguirlo, por supuesto, no es nada sencillo y solo a base de voluntad y perseverancia se llega a tal estado. Por poner un ejemplo: quién esto suscribe es absolutamente incapaz de cumplir ni uno solo de los preceptos anteriores.

 Así me luce el pelo.

 Continuará...