domingo, 4 de diciembre de 2011

Ficción nº 2

 Era la cuarta vez que pasaba por aquel escaparate en el poco tiempo que llevaba el discurrir del día.

 Sus jornadas tendían a repetirse de manera rítmica, casi automática. Después de levantarse y desayunar comenzaba un largo paseo que le llevaba a invertir un par de horas de su tiempo. Solía caminar por las mismas calles, recorrer las mismas aceras en la confianza de que nunca tropezaría con las mismas personas lo cual, para ella, era como cambiar de paisaje cada día.

 No es que la gente le importase mucho, no. Lo que le importaba realmente era la ausencia de repetición en la fisonomía de los caminantes con que se cruzaba. La monotonía en el recorrido, que soportaba sin enojo, hubiese resultado irritante, insoportable, dolorosa casi, de haberse dado en las caras de las otras personas cada mañana.

 Una vez que la caminata había cumplido la misión de dejarle cansada, con la ración de ejercicio autoimpuesta ya realizada, gustaba de sentarse en un café y, allí, dejar pasar lo que de la mañana quedase por delante, entregada a poner por escrito las ideas que el paseo hubiese contribuido a encender en su pelirroja cabeza.

 La tarde sería distinta, durante ella intervendrían ya las personas que formaban parte de su círculo íntimo y solía ser el momento de las charlas alrededor de una copa de vino, las compras o las sesiones de cine.

 Los días pasaban de esta forma, u otra parecida, dejando tras de sí el poso de la agradable costumbre. ¿De veras quería ella cambiar esta rutinaria y relajante previsibilidad?

 La cuarta vez que pasó tomó la decisión. Era la posibilidad real de vivir otra vida, llevaba ya mucho tiempo sin trabajar y aquel anuncio en el escaparate buscaba a alguien con sus mismas capacidades. ¡Otro día será! -se dijo- y siguió caminando con la tranquilidad de quien sabe adonde va.

 Continuará...

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