miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hoy igual que ayer

 La otra noche hubo un debate político en televisión. Haciendo una pequeña encuesta al día siguiente sobre el seguimiento de tamaño acontecimiento cultural me tope con lo siguiente: con los debates políticos pasa como con los "pogramas" del corazón, nadie los ve, aunque después las cifras de seguimiento sean las que son.

 ¿Qué lleva a la inmensa mayoría de la gente a disfrazar sus gustos, a maquillar sus intereses? Pues lo de siempre, la vanidad. El populacho cree que sus gustos son indignos, sus intereses vacuos, por lo tanto mienten como bellacos a la hora de contestar a cualquier pregunta que, según ellos, les pueda catalogar como lo que en el fondo, y en la superficie, son. Si a ese intentar parecer guay le añadimos la falta de personalidad que suele acompañarnos en cuanto personajes gregarios que somos, el resultado no puede ser distinto del que es.

 La vanidad, ¡qué tontería! y, sin embargo, quien esté totalmente libre de ella que tire la primera piedra. Este adorno hace que necesitemos demostrar a la vista de los demás algo para poder disfrutarlo plenamente. Me explico: Si ofrecemos a alguien la posibilidad de disfrutar de un coche de lujo con la única condición de que no pueda enterarse nadie de la identidad de su propietario, ese alguien, sin duda, aceptará el presente, pero el disfrute que le proporcionará el cochazo será ¿un 60%?, ¿un 50%? del que le proporcionaría el poder exhibirlo a voluntad, contarlo a los cuatro vientos.

 Si hablamos de vestidos, añadidos otros componentes, nos encontramos un problema parecido, especialmente en cuanto a la exhibición de marcas en las prendas de vestir. ¿Quién pagaría un sobreprecio que triplicase la cantidad que cuesta una camisa de calidad, si fuese a condición de que no se viese la marquita? Ni Blas. ¿Y las casas?, paséen ustedes por los alrededores de alguna urbanización de nivel medio-alto; sería lógico que dentro de las casas nos permitiésemos los mejores materiales, las mayores comodidades dentro de nuestras posibilidades, pero en el exterior, ¿qué es lo que justifica esos diseños llamativos y apabullantes? Pues entre otras cosas, la vanidad. Que se vea que me lo puedo permitir.

 En el fondo es una faena que nos valoremos, no con nuestros ojos, sino con los ojos de los demás. Esto hace que nuestra vida la vivamos según el gusto que consideramos tienen las otras personas. ¿Se puede encontrar ejemplo mayor de falta de criterio, de superficialidad en las preferencias?

 Éste que esto escribe se dio cuenta un día, no ha mucho, caminando.

 Continuará...

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