sábado, 23 de julio de 2011

Ficción nº 1

 Esa tarde no debería haber estado allí. Es lo que me digo ahora, una vez que ya no tiene remedio, cuando ya no puedo modelar mi destino. No debería haber estado allí, me repito cada día.

 Ya cuando desperté esa mañana tuve la sensación, una especie de intuición en realidad, de que algo inusual iba a ocurrirme. A partir de aquí -me dije- has de tener una precaución especial, todos los sentidos activados por lo que pueda venirte encima. Pero con el paso de las horas toda esa prevención fue desapareciendo, fui relajándome y dejándome llevar por la inercia de una jornada más. Igual que las anteriores. Como todas.

 A eso de las seis de la tarde y mientras caminaba por el Paseo de los Tristes según mi costumbre, se produjo el encontronazo. Ella era una antigua compañera de la universidad, nunca fue amiga mía; conocida sería la palabra si no resultase tan abstracta, tan fría. Después de los saludos de rigor, de que ella me dijese alguna generalidad, después de decirle yo un par de banalidades, se puso a llorar. Y lloró, no con esas lágrimas amargas y tranquilas producidas por un dolor sordo, no, lloró como un bebé desconsolado, sin ningún tipo de pudor. No se me ocurrió otra cosa para salir del paso que ofrecerle refugio momentáneo en el bar más cercano, la gente se quedaba mirando y a mí me daba cierto apuro lo que pudiesen pensar. Creía que me verían como a un novio o esposo que acaba de decirle a esa mujer que todo ha terminado y, en vez de ofrecerle una salida a ella, me la ofrecí a mí mismo.

 Ella aceptó la invitación y también aceptó mi brazo, se agarró a mí y se calmó.

 Una vez dentro del bar y después de dar cuenta de dos cervezas me pidió perdón por su pérdida de control y me contó el motivo de su desconsuelo. He de reconocer que me quedé helado ante la magnitud de su tragedia, ante el abismo que se abría a sus pies, ante la dificultad de solucionar semejante asunto; de tal forma que no ví más opción que ofrecerle mi ayuda. No tuve más remedio. Ella aceptó y me pidió, sobre todas las cosas, que no revelase sus confidencias. Y así he de hacerlo, aunque me cueste.

 Hoy la he visto en el mismo bar, su secreto me persigue y yo intento escapar de aquella tarde con todas mis fuerzas.

 Sé que es en vano.

 Continuará...

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