jueves, 5 de mayo de 2011

De lo importante

 El verano se va acercando lenta pero irremisiblemente y no, no lo digo porque el calor ya nos haga sudar ni porque el día sea mucho más largo que la noche; lo digo porque la única conversación que me es dado oir en mi amado trabajo versa sobre las dietas en sus más variadas versiones. Cuando escucho "alcachofa", "Duncan", "macrobiótico" o cualquier pachuchada de estas me entran ganas de desaparecer y no volver.

 Las cosas he de decirlas tal como las veo y, por tanto, reconozco que el cien por cien de las personas implicadas en estas elevadas charlas son mujeres. Todas dominan la teoría de unas cuantas de estas dietas y, según la que esté de moda en cada momento, suele producirse una especie de unanimidad a la hora de ensalzar la gran cantidad de arrobas que se pueden llegar a "perder" en cuestión de pocos días (las más enfervorizadas dicen que incluso horas) siguiendo la dieta en cuestión. No faltan los ejemplos que al entender de estas científicas demuestran la infalibilidad del método: mi cuñada, marido, vecina, amiga, etc. han perdido cinco kilos en dos semanas y ahora están estupendos, incluso más sagaces se les ve (por algo las llaman dietas "milagro") por supuesto sin pasar nada de hambre y comiendo cosas apetisosísimas: lechuga iceberg, lechuga romana, escarola e incluso creo que permiten entre horas los cogollos de Tudela.

 Estas dietas o cualesquiera otras parecidas las ha habido siempre. Son tan monotonas, o se pasa tanto hambre, o la comida resulta tan poco placentera que solo se pueden seguir durante un corto periodo de tiempo en el cual seguro que mucha gente pierde algunos kilos, pero estos se recuperan con la misma rapidez si no se acompaña de un cambio de hábitos. Y es que lo ideal para la mayoría de las personas es adelgazar viendo la televisión en vez de haciendo ejercicio. Y viendo la tele lo único que adelgaza es el cerebro.

 De ahí que tengan tanto éxito las dietas.

 Continuará...

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