Nunca se me ocurriría tirar un papel al suelo. Es más, cada vez que veo a alguien haciéndolo me asalta una sensación de irrealidad, de estar soñando, no termino de creerlo y es que ¡sería tan fácil tirarlo en una papelera! ¡es tan agradable pasear por una ciudad limpia! No soy capaz de tirar una servilleta de papel al suelo en un bar, ni un palillo, ni una bolsita de azucar para el café, aunque reconozco que, de joven, he "tirado" cosas peores en algún que otro antro. En fin, cosas de la edad.
Pero he escrito que evitarlo sería fácil y sé que no lo es tanto, ya que ese gesto lo provoca un automatismo que llamamos `educación´, que todos tenemos introducido en nuestros pequeños cerebros como algo importante, necesario para facilitar la convivencia con nuestros semejantes y que, da la sensación, cada vez es menos valorado por la sociedad.
El escribir sobre la educación, sin ánimo de dar lecciones a nadie ¡faltaría más!, viene provocado por el asco que me ha dado esta mañana cuando al volver a casa venía frente a mí un señor muy aparentemente vestido y con el pelo como Cristiano Ronaldo, o sea engominado, escupiendo al suelo con total naturalidad mientras pensaba en asuntos más importantes, supongo. ¡Como la cosa más normal del mundo, el asqueroso!
Ya se sabe que la educación se adquiere básicamente de niño en el colegio y, por supuesto, en casa y bla, bla, bla... pero ¿no os parece que si este atributo subiera en la Bolsa de Valores un 50 % todo sería mucho más sencillo y más grato?
Hagámonos la vida un poco más amable en lo que esté a nuestro alcance y, ya que lo económico marcha tan malamente, que lo demás contribuya a nuestro relajo en vez de aumentar la tensión que flota en el ambiente.
¡Que esto parece la guerra!
Continuará...